lunes, 12 de mayo de 2008

Prensa: Correo


En su magistral novela Palinuro de México (1977), Fernando del Paso incluye un capítulo titulado “Viaje de Palinuro por las agencias de publicidad y otras islas imaginarias”. Debe de ser, sin duda, la más feroz parodia escrita alguna vez para demoler, desde sus cimientos, la estupidez que ronda a una actividad satanizada con justicia. Las delirantes escenas que Del Paso hilvana, una detrás de otra, son, además, un tributo a la pluma afiladísima de autores como Rabelais, Swift y Sterne. Fue un evidente ajuste de cuentas del gran narrador consigo mismo, quien se ganó la vida por casi quince años en el mundo de las sopas Campbell, los dentífricos y productos de belleza.

Traducciones peruanas. Nuestras grandezas y torpezas vistas por un comunicador (2008) no es, ni por asomo, un equivalente de la obra aludida –libro “de culto”, casi de circulación iniciática desde que se lanzara hace tres décadas–. Se trata, en realidad, de una antología de los artículos que el escritor y publicista peruano Gustavo Rodríguez (Lima, 1968) diera a conocer en un medio de prensa capitalino.



Pocas veces, al menos en el Perú, un creativo exitoso ha desnudado, flaqueza por flaqueza, prejuicio por prejuicio, todas las taras del rubro. En los escritos de Rodríguez flamean las legiones de publicistas incultos que cada año o semestre expectoran los institutos dedicados a la fabricación de “profesionales”. Más allá, bailotean, frenéticas, las campañas racistas (en el mejor estilo Ripley), que no admiten personas de apariencia mestiza en sus anuncios –sublevante en una sociedad donde la gran mayoría corresponde a esos caracteres–. Para el fin de fiesta emergen de las sombras esos jovencitos que apenas deletrean su nombre y afirman, sueltos de huesos, que leer obras de calidad no le sirve a alguien que aspira sólo a ganar dinero promocionando hamburguesas y otras chatarras.

En sus ocho secciones, la recopilación alterna duras observaciones sobre la nacionalidad y la esperanza en torno de las potencialidades colectivas, especialmente en el ámbito del “capital humano” o de recursos poco explorados. En cualquier caso, los publicistas son hijos de sus circunstancias: un país poco imaginativo, centralista, ineficiente y de empresas feudales producirá “creativos” con los mismos defectos, sólo que triplicados en una especie de oligofrenia contagiosa.

Virtud de Rodríguez, junto a su cruda sinceridad, es haber demostrado que aún existen miembros pensantes en su gremio –aunque podrían ser rara avis en un universo donde cada día es más peligroso hacerlo–. Hubiera sido oportuno efectuar un mea culpa acerca de los propios disparates, como aquel infeliz anuncio del Festival de Cine de la Católica que colocaba a un ciudadano humilde en penosa exclusión, mientras conocidos actores de rasgos caucásicos ingresaban a la sala, y el personaje quedaba oculto, fuera del cuadro. Pero la autoflagelación es nítida, y redime al grupo, o al menos, al sector que conserva las neuronas en funcionamiento.

Autor: Gustavo Rodríguez

Título: Traducciones peruanas

Editorial: Norma, 2008 (196 pp.)



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